Recuerdo cuando mi hijo mayor tenía meses. No podíamos estar en casa porque sino me volvía loca, así que tocaba paseo por la mañana, paseo por la tarde...La verdad que mi abuelo me hubiera dicho exactamente eso: "A los niños hay que sacarlos a la calle, no pueden estar todo el día en casa", pero vamos, que con mi hijo no te quedaba otra. Le encantaba estar fuera.
A mi me llamaba la atención lo que disfrutaba en su sillita. En aquel entonces vivíamos en un lugar donde había un canal de agua, patitos y muuuuuchos árboles y él se quedaba embelesado mirando todo. Lo veías mirar cómo el viento mecía las hojas de los árboles y así podía pasarse horas....hasta yo me acostumbré y recuerdo que me relajaba.
Otras veces era el discurrir del agua. Yo pensaba que eran los patitos que había por allí, pero, aunque también los miraba bastante, de lo que se quedaba prendado era del agua corriendo. Era cómo magia. Me estaba enseñando a disfrutar de la naturaleza mucho más de lo que yo pretendía enseñarle.
Si ser superdotado significa apreciar de este modo la naturaleza, aprender a relajarse así y disfrutar lo verdaderamente importante ¡ojalá yo también lo fuera! Pero al menos tengo la suerte de que él, ellos, me lo hayan enseñado.
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